Una religión llamada hockey

Antiguamente, en Montreal sólo había dos sitios en los que anglófonos y francófonos compartieran asiento sin excesivos recelos: el banco de la iglesia cuando la misa aún era en latín (entonces no era raro ver juntos a católicos francocanadienses e irlandeses en el mismo oficio) y las gradas del Forum, que fue el estadio de los míticos Canadiens Montréal de 1924 a 1996.
El hockey no es sólo el deporte nacional de Canadá; es casi una religión. Es tan importante que hasta aparece en el dorso de los billetes de 5 dólares, en el que se ve a unos niños jugando al hockey.

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Una cita (en los dos idiomas, claro) del escritor Roch Carrier adorna el dibujo:

«Los inviernos de mi infancia eran muy, muy largos. Vivíamos en tres lugares: la iglesia, la escuela y la pista de patinaje. Pero la vida de verdad estaba en la pista de patinaje»

Roch Carrier, ‘El chándal de hockey’ (1979)

El cuento de Carrier narra la historia de un niño que, en los años cincuenta, pide por correo la equipación de su equipo favorito, los Canadiens de Montreal, pero por error le llega a casa la del eterno rival, los Maple Leafs de Toronto. Pero como es el único chándal que tiene, se lo pone, con lo que se gana las burlas de sus compañeros de juego. Pretendidamente conciliador, el relato puede leerse también como una metáfora de la pugna entre dos culturas: la francesa y católica de Quebec frente a la inglesa y protestante del resto de Canadá. “Es una historia muy simple”, ha contado Carrier. “Nunca he intentado hacer un retrato de Canadá. Sólo soy un contador de historias. (…) Me he pasado la vida contestando a esa pregunta: ‘¿Por qué ese cuento llegó a ser tan popular?’. Y la verdad es que no lo sé. Es un regalo, un inmenso privilegio, porque no hay ninguna receta, una cosa así no puedes planearla. No puedes decir: ‘Voy a escribir un cuento sobre un chándal de hockey porque a la gente le gusta el hockey y lo leerán todos lo amantes del hockey’. Las cosas no funcionan así”.

Portada de la versión en inglés de 'El chándal de hockey'.

Portada de la versión en inglés
de ‘El chándal de hockey’.

La esquizofrenia identitaria entre anglófonos y francófonos no ha impedido que los Canadiens de Montreal se convirtieran en el equipo más grande de la historia. Nadie ha ganado más veces la liga de la NHL (24 veces), y también tuvieron a su particular Alfredo Di Stéfano, un jugador que cambió la historia de su deporte para siempre: Maurice Richard.

El bravo Richard saluda al portero de los Boston Bruins, 'Sugar Jim' Henry, tras un partido, en 1952.

El bravo Richard, con la ceja aún abierta y sangrando, saluda al portero de los Boston Bruins, ‘Sugar Jim’ Henry, tras un partido en 1952.

La talla legendaria de Richard es tan grande que se trata de un jugador ecuménico, admirado por todos los aficionados, independientemente de la lengua que hablen y la religión que profesen. Un ejemplo ilustre de esta devoción lo encontramos en el escritor Mordecai Richler, anglófono, educado en el judaísmo ortodoxo, azote del nacionalismo québécois y fan irredento de los Canadiens. En sus archivos, conservados en la Universidad de Concordia (Montreal), hay dos fotos que el autor de La versión de Barney tenía expuestas en su casa: una del equipo al completo y otra de Maurice Richard. El escritor vivió fuera de Montreal de 1959 a 1972. Pasó por Londres, París y España (país por el que guardó siempre una especial predilección y donde ambientó su primera novela, The Acrobats) y volvió a su ciudad natal, según sus propias palabras, porque sentía “nostalgia de las ventiscas de nieve, el hockey y los bocadillos de carne ahumada”.

Richard, apodado Le Rocket (‘El Cohete’), es, por su parte, el gran icono deportivo de los francocanadienses, pero su importancia no se limita al hockey: es un héroe nacional en Quebec. En 1955, una sanción injusta tras una pelea con dos jugadores de los Boston Bruins provocó una verdadera revuelta en Montreal. Lo expulsaron para toda la temporada cuando los Canadiens peleaban por el título, y los aficionados entendieron que la severidad de la sanción se debía a su origen francocanadiense. No faltan quienes consideran aquellos incidentes como el inicio de la Revolución Tranquila, que culminaría en los años 60 y 70 con la separación de Iglesia y Estado en Quebec y la adopción del francés como única lengua oficial de la provincia.

Aunque el Toronto Maple Leafs fue el gran rival de Montreal entre los años 40 y los 60, después apareció en escena un equipo temible con el que los Canadiens tuvieron una serie de enfrentamientos míticos: los Boston Bruins. En la novela La versión de Barney, uno de estos grandes duelos coincide con la boda del protagonista. Y él, huelga decirlo, está más pendiente del partido que de atender a los invitados al banquete. ¿Un forofismo exagerado? Tampoco tanto, si se conoce la pasión con la que los aficionados de los Canadiens viven el hockey.

Paul Giamatti y Dustin Hoffman en la adaptación al cine de 'La versión de Barney'. Padre e hijo le dan la espalda a la boda para seguir el partido de los Canadiens.

Paul Giamatti y Dustin Hoffman en la adaptación al cine de ‘La versión de Barney’. Padre e hijo le dan la espalda a la boda para seguir el partido de los Canadiens.

Entre 1976 y 1979, el equipo quebequés ganó las cuatro Stanley Cups de aquellos años, dejando, literalmente, sangre, sudor y lágrimas sobre la pista de hielo. Los Bruins eran el reverso tenebroso y marginal de la sofisticada ciudad de Boston. En aquel tiempo, su entrenador, Don Cherry, armó un equipo de gladiadores despiadados al que apodaron The Lunch-Pail Gang (‘La banda de la fiambrera’), con el que Cherry quería conectar, a hostia limpia, con el público proletario de su ciudad. Y lo consiguió. No ganaron la Stanley Cup, pero dejaron un recuerdo tan imborrable y patente como una cicatriz en la cara. Basta una anécdota para conocer el carácter implacable de aquel plantel de camorristas: en un partido contra los New York Rangers, en 1979, Terry O’Reilly saltó la mampara de cristal del Madison Square Garden para pegar a un aficionado rival. Al pendenciero O’Reilly, un jugador mediocre pero indómito, le apodaban Taz, en referencia al Demonio de Tasmania. Tanta violencia, en cualquier caso, no les condujo al título. Cherry fue despedido y en los años ochenta comenzó una nueva vida como comentarista deportivo, tan polémica como cuando era entrenador. Los vídeos con sus resúmenes de la liga, titulados Rock’Em Sock’em Hockey y centrados fundamentalmente en los mamporros, se vendieron como rosquillas. El primero de ellos lo presentó acompañado de un bullterrier.

Don Cherry, entrenador de los salvajes Boston Bruins de los años 70, en el primer programa de 'Rock'Em Sock'em Hockey'.

Don Cherry, entrenador de los salvajes Boston Bruins de los años 70, en el primer programa de ‘Rock’Em Sock’em Hockey’.

Los Canadiens salieron victoriosos de aquella guerra, y luego ganaron dos ligas más (en 1986 y 1993), pero la sequía de títulos empieza a ser insoportable. Veintidos largos años sin levantar la copa son demasiados. Esta temporada quedaron los primeros de su división en la liga regular y llegan llenos de entusiasmo a los play-offs. Cuentan con uno de los mejores porteros de la historia, Carey Price, y con un plantel muy bien conjuntado en el que ha destacado P.K. Subban, jugador fortísimo, dinámico, gran defensa y mejor anotador. Los hinchas tienen buenas razones para soñar.

¿Será 2015 el año del regreso triunfal?

PD: No. 2015 tampoco fue el año del regreso triunfal. Los Canadiens fueron derrotados en la semifinal de la conferencia Este por el Tampa Bay Lightning. El equipo de Florida eliminó después a los New York Rangers y llegó a la final de la NHL, pero la perdió. Chicago Blackhawks acabó levantando su sexta Stanley Cup.

Si me queréis, irse

Fotograma de 'Léolo' (1992), la obra maestra de Jean-Claude Lauzon.

Fotograma de ‘Léolo’ (1992), la obra maestra de Jean-Claude Lauzon.

¿Cuál es el afán de un escritor? La pregunta parece fácil: ser leído. ¿Ser leído y ya está? Pues no. En la mayoría de los casos, hay más incentivos. “Escribo para que me quieran más”, decía García Márquez. Michel Houellebecq afirma sin rubor que busca la alabanza de sus lectores. “¿Por qué escribe usted?”, le preguntaba Nando Salvà en una espléndida entrevista en el DOMINICAL de El Periódico de Catalunya. “Porque me gusta el aplauso de la gente. Si tuviera que escribir sin ser publicado y leído, no creo que lo hiciera”, confesaba el escritor francés. Esta satisfacción del ego parece un combustible fundamental para el ejercicio de la literatura. Además, los novelistas suelen ser grandes conversadores y, aunque lo nieguen públicamente, les encanta dar entrevistas de promoción. Les hace sentir importantes. Pero no todos son así, claro. Siempre ha habido escritores obsesionados con vivir escondidos, con desaparecer. Queda su obra y nada más. Enrique Vila-Matas ha escrito mucho sobre la vocación escapista de estos escritores (Bartleby y compañía es un libro imprescindible para comprender el fenómeno). Los más célebres son, sin duda, J.D. Salinger, Thomas Pynchon y B. Traven (autor de El tesoro de Sierra Madre y personaje imposible de rastrear por las decenas de seudónimos que llegó a utilizar).

La literatura canadiense también cuenta con su particular perro verde: Réjean Ducharme. El huraño autor de El valle de los avasallados (la extraña y genial novela que inspiró la extraña y genial película Léolo) lleva 40 años sin dar una entrevista. Tampoco consta que se le haya hecho ninguna foto en todo ese tiempo. Ni siquiera su editor en Montreal ha mantenido nunca una conversación cara a cara con él (ni cara a cara ni por teléfono). Su prosa, llena de juegos de palabras, hace muy difícil su traducción, aunque desde hace unos años la pequeña editorial Doctor Domaverso tiene el meritorio empeño de acercar a este singular autor al público hispano. En su 70º cumpleaños Radio-Canada le dedicó un breve pero enjundioso reportaje. Por suerte, cuenta con subtítulos en español y lo enlazamos aquí. Puede parecer el falso documental sobre un escritor misterioso. No lo es. Todo es rigurosamente cierto.

Señoras y señores, con ustedes: Réjean Ducharme.